Las Siete Emociones (MTC)

12.11.11 Esther Crespo

Alegría, ira, tristeza, miedo, preocupación, pesadumbre y terror o sobresalto... estas son, ahí están, haciéndose ver en nuestro interior, mostrando su presencia en cuanto somos conscientes de su existencia porque, ahí están, formando parte de nosotros mismos.

Las podemos oír, las podemos sentir, las podemos casi tocar y ellas ahí están, recordándonos esa vinculación de lo emocional con lo físico, haciéndonos parar atención en su intensidad y manifestación.

Como cómplices de nuestro estado global, se mantienen en equilibrio para dotarnos de un estado de salud sano, centrado y completo. Pero si alguna de ellas decidiera disputarse el protagonismo y quisiera entrar en escena cual actor interpreta de forma súbita, exagera y majestuosa su papel…

Es en ese momento de exaltación cuando el mapa de nuestro cuerpo, como escenario de una obra, recibe el ímpetu y vaivén de sus actores resintiéndose de sus andaduras.

Y es entonces cuando, ese sentir alterado, desmorona nuestro equilibrio. Todo nuestro complejo sistema funcional entra en desarmonía;
El corazón se descontrola cuando la alegría exagera su euforia y se extralimita, ralentizando y dispersando la energía.
El hígado padece cuando la ira se excede de forma inadecuada y provoca una aceleración de la energía elevándola, calentándola y estancándola.
El pulmón se debilita cuando la tristeza exagerada o la pesadumbre se instalan en el escenario disolviendo la energía, provocando cansancio.
La energía de los riñones se agota cuando el miedo exagerado o el terror exaltado aparecen en escena y por último, el bazo ve alterada su estabilidad energética cuando la preocupación es protagonista.

Alegría, ira, tristeza, miedo, preocupación, pesadumbre y terror o sobresalto... estas son, y están ahí, formando parte de nosotros mismos.

Varanasi - La ciudad de la vida y la muerte

12.6.11 Esther Crespo



Amanece la ciudad sacrosanta de la India y la vida de sus gentes se despierta a orillas del Ganges. Las escalinatas que descienden hasta el río se cubren de frenética actividad cotidiana. Mujeres envueltas en coloridos saris practican sus abluciones matutinas sumergiéndose en el agua purificadora. Hombres con el dorso desnudo enjabonan sus cabellos o lavan sus dientes, ávidos de sentir el contacto del agua sagrada. Ancianos centenarios meditan en posición yóguica emitiendo sus rezos o leyendo textos sacros. Corretean los niños por las escalinatas entre perros, cabras o vacas que dormitan. Comerciantes de todo tipo emprenden sus quehaceres cortando cabellos, limpiando oídos, haciendo masajes, prediciendo el futuro, vendiendo flores, te o comida…

Atardece mientras se abren paso los ritos de cremación. El olor de incienso se confunde con el de hierba utilizada por santones que en estado de meditación, elevan su presencia. Los sonidos envolventes de los cortejos fúnebres ronronean a ritmo de mantra entre oraciones y cantos mientras esperan su turno. Sobre las piras de madera de sándalo, las llamas del fuego purificar dejan entrever los sudarios rojos, blancos y oro de los cuerpos que arden. El calor y el humo de las piras funerarias envuelven el espacio al tiempo que pétalos de rosa acompañan las cenizas arrojadas al río avanzando en el tránsito ceremonial.

Los Ghats, convertidos en un hormiguero de movimiento, permanecen impertérritos enlazando la vida y la muerte.

Escrito para el proyecto “Una Babel de Ciutats” de Espiral Literaria